Corría el año 2000 cuando tuve la inmensa fortuna de que Paco Ignacio Taibo II me cogiera por el cogote en el entonces famoso Tren Negro, que nos llevaba desde Madrid a Gijón para disfrutar de la Semana Negra, obligándome a sentarme junto a Barry Gifford y su compañera en aquel momento, la actriz Laura Morante, para hacerle de traductor y cicerone «no oficial» durante su visita al evento. No sólo había devorado entonces todo lo publicado en nuestro país por el escritor americano, sino seguido también con entusiasmo sus incursiones cinematográficas de la mano de directores como y . Confieso que me enamoré inmediata e irremediablemente de Barry, por supuesto platónicamente, dedicándole (y también a la encantadora Laura) una columna delirante en el diario oficial de la Semana Negra, «A quema
El regreso de Barry Gifford: de corazones perdidos y carreteras salvajes
LA RAZÓN Cultura12 hrs ago
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