En México, ya no sorprende ver a adolescentes que pronuncian frases en coreano, usan maquillaje inspirado en idols y bailan con precisión quirúrgica coreografías del K-pop. Pero tras los brillos, los “lightsticks” y los conciertos en streaming, hay algo más profundo: una generación que busca pertenecer, soñar y creer en algo distinto.
El fenómeno no es casual. Corea del Sur diseñó, desde los años noventa, una estrategia cultural milimétrica —el Hallyu, conocido como la “ola coreana”— que combina música, moda, dramas, videojuegos y cine. Hoy, esa ola no solo entretiene: moldea emociones, estéticas y valores. México es ya el primer consumidor de K-pop en América Latina (Statista, 2024), y con ello, el espejo donde miles de adolescentes proyectan sus anhelos de disciplina, éxito y perfección

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