Muchos escritores fueron adictos a la bebida. Pensamos que así liberan su pensamiento creativo. Ron, coñac, whisky… Se sabe que a Truman Capote le fascinaban los gin martinis, como a la dramaturga Dorothy Parker. Y que Ernest Hemingway —ese pedante genio norteamericano— encontraba en los daiquiris y el ron cubano su combustible. Huían y perseguían sus propios fantasmas al mismo tiempo.
“¿Sobre qué puedo escribir?”, le pregunté una vez a mi amiga.
“Escribe tu opinión sobre el alcohol”, me dijo.
‘El alcohol mola, ¿no?’
Pero ¿por qué empezamos a beber? ¿De verdad nos gusta? Puede que al principio no. La primera calada de tabaco nunca sabe igual que las demás. Tal vez no sean las películas, ni nuestros padres, ni siquiera el mundo que nos rodea. Tal vez sean los amigos por los que uno luch

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