Las mascotas son los mayores maestros silenciosos del amor incondicional. Nos enseñan, con su simple presencia, que la vida puede estar llena de cariño, lealtad y alegría, incluso en los días más difíciles. Regalan afecto sin esperar nada a cambio, y cuando afrontan problemas de salud o movilidad, no pierden su capacidad de darnos amor, al contrario, muchas veces lo intensifican. Su valor no se mide por su fuerza o su habilidad, sino por la manera en que nos acompañan, nos sostienen y nos inspiran a ser mejores personas.
Balú, un pequeño cruce de pomerania, es un ejemplo viviente de esta lección. A sus dos años, un problema en su columna lo dejó sin movilidad en las patas traseras y obligó a sus dueños a buscar una solución que le devolviera la libertad de moverse con un carro especial.

La Tribuna de Cuenca

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