Tres décadas han transcurrido desde aquel momento doloroso y aterrador que, lejos de quedar en el olvido, aún sigue latente.
El tiempo pasa, pero el recuerdo permanece intacto, tan vívido como aquel 3 de noviembre de 1995 a las 8.55 de la mañana, cuando Río Tercero se transformó en un campo de batalla sin que nadie hubiera declarado la guerra.
Ese día sentimos el estruendo de la traición. El cielo se cubrió con un hongo de fuego. Aún recuerdo las paredes de mi escuela temblando, frágiles como papel, y los vidrios que estallaban sobre nuestros cuerpos.
En el aire flotaba un miedo real, palpable, confuso, imposible de describir. Nadie podía imaginar que, en una ciudad pacífica del interior argentino, a plena mañana y en medio de la rutina cotidiana, estallaran bombas y llovieran esquirlas

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