El escritor gallego presenta ‘Mil cosas’ (Anagrama, 2025), una novela sobre el peso de lo cotidiano, sobre el ahogarse en las cosas que no importan
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La suya es una novela sobre el estrés y sus consecuencias. Sobre todas esas cosas que les pasa siempre a otros. A nosotros no. Nunca. Jamás. Hasta que nos ocurren exactamente como a todos los demás. Esa era la obsesión de Juan Tallón (Vilardevós, Ourense, 1975) desde hace mucho tiempo. Escribir un relato sobre aquello, sobre ese suceso que ocurre varias veces cada verano y al que los telediarios prestan poco más de treinta segundos de atención.
Tallón, autor de exitosas obras como Rewind (2020) u Obra maestra (2022), tiende a jugar al despiste, a cambiarlo todo en las últimas páginas. En Mil cosas, su nuevo trabajo escrito del tirón en una sentada de un mes, la historia comienza en su párrafo final, cuando el libro termina. Una trama que ocurre en poco más de 24 horas y en la que, aparentemente, no pasa nada mientras la tensión se acrecienta paso a paso, premonitoria de un desastre que puede venir de cualquier lado mientras los protagonistas, una pareja joven con un niño pequeño, no hacen más que pensar en que al día siguiente, por fin, estarán de vacaciones.
Mil cosas parece nacer del desbordamiento cotidiano. ¿Qué detonó en usted la necesidad de escribir sobre ese exceso?
La novela nace de su final. Era un tema sobre el que quería escribir desde hacía mucho tiempo. Quería explorar qué tiene que pasar para que las cosas ocurran de determinada manera. Para que se nos vayan de las manos sin que nos demos cuenta. ¿Qué hace falta para que ocurra algo en lo que nosotros pensamos que jamás nos veríamos involucrados? Ahí es donde comienza la construcción. De dónde hay que salir y qué estado hay que atravesar para que dos personas normales, que podríamos ser tú o yo, acaben en ese punto. Y es algo a lo que quería llegar desde la cotidianidad más anodina, que es en la que vivimos (casi) todos
La idea de un posible despido, una estafa del Corte Inglés, un compañero de oficina demasiado sobón...
Eso es. A mis personajes no les pasa nada especial. Les pasa lo que todos los días, pero a un ritmo cada vez más insoportable, que es un poco donde estamos todos últimamente, en la apuración. No podemos no dar cumplimiento a ese mandato constante que nos transmite la sociedad. Actúa, produce, consume. No te quedes quieto. Ellos están todo el rato haciendo cosas. Cosas que les desbordan por acumulación. Ya que, si te fijas, la mayoría de las cosas que les ocurren son perfectamente normales. Van de las obligaciones a los imprevistos y de los imprevistos a las obligaciones y luego a los pequeños incendios domésticos. Mil cosas (ríe).
¿Tenía claro desde el principio que quería construir sobre una tensión en constante aumento, o ha sido algo que maduró durante la escritura?
La verdad es que no ha habido ningún proceso de maduración. Yo estaba trabajando en una nueva novela cuando, a mediados de diciembre, se me presentó la resolución a la idea que tenía del final. Y entonces, sin notas ni proceso previo, empecé a escribir. Lo escribí en la medida en la que creo que se escriben los relatos: de un tirón, de una sentada. Me salió todo a borbotones a medida que iba trabajando sobre ello. Se escribió de la misma manera de la que después se iba a leer. Rápido, sin alargar mucho el tiempo narrativo, todo condensado en unas pocas horas. Unas horas en las que he querido capturar la velocidad de vivir. La sensación de no llegar a las cosas porque tienes otras cosas siempre por el medio. La jornada que nunca se acaba porque la vida se convierte en un día larguísimo en el que no hay interrupción.
El libro transmite esa sensación de no poder respirar. ¿Qué lugar ocupa el hijo en esa tensión entre cuidado, culpa y agotamiento?
El hijo parece no tener un lugar preponderante. Es un niño tranquilo, que no molesta, que no genera conflicto. Es un niño que está desdibujado porque no se hace notar. Y eso es algo que el lector nota enseguida. El niño no va a tener importancia. Te olvidas de él y te centras en lo que acapara toda la atención: la angustia de los padres.
Otro protagonista en la sombra es el calor del verano, retratado como un ente hostil. ¿Ha cambiado su forma de vivir el verano en los últimos años?
Es un tema del que cada vez se habla más: los veranos hostiles y violentos. Yo los conozco bien, sí. Pero bueno, no somos una isla, cada vez somos más conscientes de que estamos experimentando estos procesos climáticos agresivos durante mucho más tiempo. En todo caso, no había una atención expresa de poner el cambio climático en el centro del debate. Pero aunque no la haya expresa, la puede haber implícita. Y eso es lo que hago. Además de que el calor potencia el agobio y el clima ansioso.
El giro final, ese cambio de tercio, recuerda a la estrategia utilizada en otros trabajos como Rewind. ¿Qué pretende despertar con su lectura?
La idea era llamar la atención sobre el estilo de vida al que nos hemos abrazado (o nos han obligado a abrazarnos) y del que no nos podemos desprender. Si seguimos por este camino, la historia puede no acabar bien. No tiene por qué pasar como en esta, claro, pero acabará mal. Esto es una llamada de atención sobre a dónde vamos viviendo así. ¿Quién nos está obligando a vivir así? Por eso, y para que la historia recién leída tenga un impacto, tengo que intentar que no se vea venir. Jugar al despiste. Ir abriendo vetas de posibles catástrofes para que no sepas de dónde llegará el golpe de gracia.
Soy un observador de este fenómeno: la gran aceleración. Una aceleración en la que llevamos metidos desde hace años. Apretando para mejorar las ratios socioeconómicas, tecnológicas, etc. Queremos ir a más, a más, a más.
Una de las principales es el despido en el aire. ¿Quién no teme perder el trabajo? Aunque juega también al ojalá, al deseo de que te echen.
Sí, la idea también era esa. La relación que tenemos con el trabajo: siempre temerosos, con la cabeza baja y pensando en que nos van a despedir, nos van a arrinconar, nos van a acosar. Y esa es una de las claves que empujan a los protagonistas a ese estado mental desquiciado y alerta. Aunque luego, en la vida, muchas veces revientan las cosas que pensabas que tenías bajo control. Las que menos esperabas son las que, al final, acaban contigo.
Yo creo que es imposible sostener una vida sin errores, sin disparates. Pero, al mismo tiempo, nos han hecho creer que podemos con todo. Que si no podemos acercarnos a la perfección podemos aproximarnos a ella. Y que, si realmente nos esforzamos, no vamos a precipitarnos nunca. Eso es imposible. Muchas veces son las personas de las que menos nos los imaginamos quienes comenten los errores más impensables.
Después de escribir sobre esta aceleración, ¿Ha conseguido usted bajar el ritmo?
Creo que he encontrado el equilibrio entre hacer lo que me apetece, con lo que disfruto, y llevar una vida estable. Pero porque vivo en una ciudad pequeña y algo aburrida. Sin altibajos, eso es importante. Yo hoy soy un observador de este fenómeno: la gran aceleración. Una aceleración en la que llevamos metidos desde hace años. Apretando para mejorar las ratios socioeconómicas, tecnológicas, etc. Queremos ir a más, a más, a más. Hay que ir más rápido, no puedes detenerte a pensar. Tienes que actuar. Todo el mundo está absolutamente distraído en 800 millones de asuntos.
Cada vez es más difícil mantener un pensamiento durante un tiempo razonable. Estamos saltando de un tema a otro constantemente y ya no somos capaces de fijar nuestra atención en las cosas porque alguien nos está diciendo que pasemos al siguiente asunto. Y después a otro. Así todo el rato. Sólo hay que ver lo que hace el teléfono con nosotros. Una gran herramienta, sí, nos ha hecho la vida más fácil, pero también nos ha lanzado al horror.

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