La noche del 1 de noviembre, Carlos Manzo, alcalde independiente de Uruapan, paseaba por el centro de la localidad con su hijo en brazos. El niño, disfrazado de calaca para la ocasión, lo abrazaba por el hombro y miraba sorprendido las luces decorativas del Día de Muertos, y a las mujeres vestidas y maquilladas como catrinas.
Carlos, que habitualmente lucía un sombrero de ala ancha y vestía de guayabera blanca, sonreía mostrándole a su hijo las miles de velas colocadas por todo el jardín del centro de la localidad, cuando pocos minutos después, tres sujetos penetraron el cerco de seguridad de sus escoltas y le dispararon a bocajarro.
Se escucharon, al menos, seis detonaciones secas. Luego, el silencio. Y unos segundos después, el griterío de la gente corriendo despavorida. Este domingo,

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