Uno de los daños más profundos que ha sufrido Venezuela en las últimas décadas no es económico ni siquiera político: es espiritual. Lo que el chavismo destruyó con mayor precisión fue la capacidad de pensar libremente. Y esa demolición no fue fruto de la improvisación ni de la torpeza, sino el resultado de una estrategia consciente de dominación: anular la autonomía del individuo, sustituir el juicio crítico por la fe ideológica y convertir al Estado en el único árbitro de la verdad.

Cuando un proyecto político busca perpetuarse en el poder a cualquier costo, su enemigo principal no es el adversario armado, sino el ciudadano que razona. El pensamiento libre —sea filosófico, científico, artístico o ético— constituye la mayor amenaza para todo autoritarismo, porque genera duda, criterio y p

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