Al amanecer, en las montañas del centro de Puerto Rico, la neblina aún se aferra a las estrechas carreteras de Jayuya , las mismas que hace 75 años resonaron con disparos y desafío.

Aquel pequeño pueblo se convirtió entonces en la improbable capital de una república efímera: el escenario de un levantamiento que no pretendía ganar, sino ser visto. Para los nacionalistas, la visibilidad era el arma; la invisibilidad, el enemigo.

Su rebelión contra el dominio estadounidense duró apenas unos días, pero su argumento nunca terminó de apagarse.

Una revuelta diseñada para ser vista por el mundo

El 30 de octubre de 1950 , un puñado de insurgentes leales a Pedro Albizu Campos decidió que el silencio colonial de Puerto Rico debía romperse—en voz alta, públicamente y al precio que fuera nece

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