Néstor Melani-Orozco

Desperté sintiendo la voz de aquella mujer entre el alma de un pueblo. Y como una divinidad de los difuntos pude verme en las tenues luces del amanecer, casi regresando los encantos de entender las extremidades de una historia con sal y de arena en los retratos hechos a las hipocresías. Entonces vi de nuevo a María de los Ángeles, “Anima Bendita” mientras se fue en las estelas del silencio. Quizás sin decirme los años de su juventud, porque aún de recuerdos habitaban las rosas secas en aquel aposento de la casa vecina al cuarto del olvido del tercer hospital y del estacionamiento de los camiones de Froilán García. Y de la guitarra la noche culpando al cantor, aun siendo inocente, mientras el boticario se colocó el añil corbatín y de inciensos; el verdugo del pueblo no

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