Transitamos una época donde los avances tecnológicos conviven con un vacío interior creciente. La hiperconexión digital contrasta con una desconexión emocional profunda. Miles de personas llegan a consulta con una herida silenciosa: saben mucho del mundo externo, pero casi nada de su propio corazón. El dolor emocional ya no se manifiesta solo en lágrimas, sino en ansiedad, insomnio, adicciones, compras compulsivas, aislamiento social y cuerpos que enferman porque el alma ya no encuentra cómo sanarse.
No es exagerado decirlo: estamos frente a una crisis silenciosa del espíritu. Y el mayor riesgo de esta condición mundial no es la muerte, sino vivir sin propósito.
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