CIUDAD DE MÉXICO (AP) — Cuando un conductor masculino de una popular aplicación de transporte le pidió a Ninfa Fuentes su número de teléfono en un viaje por Ciudad de México, ella se congeló. Pero cuando él insistió preguntándole repetidamente sobre sus planes para el Día de San Valentín, un torrente de terror inundó su cuerpo.
Lo que debería haber sido un tranquilo viaje a casa al final de la jornada laboral hace tres años se convirtió en una pesadilla que muchas mujeres en México experimentan a diario: contener la respiración hasta saber que han llegado a casa con vida.
“Sentí que me moría”, afirmó Fuentes, de 48 años. La investigadora de economía internacional y sobreviviente de violencia sexual no ha utilizado el transporte público ni los servicios por aplicación desde entonces.
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