En los días en que la fe y la superstición convivían con la ciencia naciente, hubo un escritor que miró con ironía los remedios y las curas que se ofrecían a los enfermos. No fue inquisidor, aunque compartiera apellido con el temido Tomás, un siglo anterior a él. Se llamaba Antonio de Torquemada, nació en Astorga; León, en 1507 y murió en 1569, y su mirada sobre el mundo —a medio camino entre la erudición renacentista y la credulidad popular— revela una época en que la medicina y la botica eran más un riesgo que un remedio.

Torquemada estudió en Salamanca, sin alcanzar grado alguno. Viajó luego por Italia, y de su paso por Roma y por las bibliotecas de los grandes señores trajo una curiosidad insaciable por lo maravilloso. Su obra más célebre, El jardín de flores curiosas , es un compen

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