Salvador Dalí nunca quiso rehuir la controversia. Le gustaba demasiado. El pintor hizo suya esa máxima de Oscar Wilde según la cual “hay algo peor que ser hablado: no ser hablado”. Y eso es algo que le persigue todavía, especialmente cuando se recuerda su relación con el franquismo. Porque Dalí, el joven que se codeó con el trotskysmo y el federalismo durante su juventud, fue un franquista declarado hasta que se cambió de chaqueta tras la muerte del dictador para ser juancarlista.
Hasta el estallido de la Guerra Civil o, mejor dicho, a medida que la contienda fue avanzando, aquel que se consideraba un catalanista de pura cepa y republicano, fue dando un giro ideológico. Pese a que se ofreció para trabajar para la Generalitat republicana poniéndose al servicio del comisario Jaume Miravit

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