El pasado mes de febrero, Megan Garcia estaba acostando a su segundo hijo menor cuando oyó algo que sonó como un espejo al caer. Apresurada, se dirigió por el pasillo hasta el baño, donde su hijo mayor, Sewell, se estaba duchando. Su marido, Alexander, ya estaba delante de la puerta, que estaba cerrada con seguro.
“¿Sewell?”, dijo su esposo. “¿Sewell?”.
Pero no hubo respuesta. Mientras tanto, oían que en el baño el agua seguía cayendo.
Megan metió la punta de un peine en el agujero de la manilla de la puerta y la abrió. Sewell estaba tumbado boca abajo en la bañera, con los pies colgando por el borde. Megan pensó: “Drogas”. Sabía que los chicos a veces tomaban inhalantes o pastillas con fentanilo, y sabía que podían utilizar Snapchat para contactar a traficantes. Era una de las razones

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