"Las grandes potencias y sus caudillos siguen un proceso de insuflamiento e implosión. Su agresividad es inversamente proporcional a su poderío y duración. Lo que no sabemos es la gravedad del daño que el viejo hegemón arrastrará en su lenta caída", afirma sobre Trump el exvicepresidente de Bolivia
Por qué ha ganado Zohran Mamdani en Nueva York: foco en el coste de la vida, movilización social y discurso firme ante Trump
Álvaro García Linera (Cochabamba, 1962) fue vicepresidente de Bolivia entre 2006 y 2019, cuando un golpe de Estado acabó con el Gobierno presidido por Evo Morales, para aupar durante un año a Jeanine Áñez.
García Linera es uno de los intelectuales de izquierda más reconocidos en América Latina. Autor de libros como La potencia plebeya o Qué es una revolución, acaba de publicar Cuidar el alma popular (Bellaterra Edicions). La obra reúne una conferencia de Álvaro García Linera y un diálogo con la filósofa argentina Luciana Cadahaia, donde el autor parte del diagnóstico de la crisis del orden mundial neoliberal como patrón de acumulación. ¿Qué debe hacer la izquierda en este contexto? “Apostar por la audacia”, sentencia García Linera, que habla con elDiario.es al día siguiente del triunfo de Zohran Mamdani en las elecciones a la alcaldía de Nueva York.
¿Qué mensaje traslada la victoria de Mamdani más allá de la ciudad de Nueva York sobre como responder a la ola reaccionaria en un momento en el que el progresismo parece ceder posiciones, sobre todo si se mira a Europa?
La victoria de Mamdani demuestra que en un momento de crisis, el progresismo, la izquierda, tienen que apostar por la audacia y un nuevo porvenir. En un momento de crisis, la izquierda no puede encerrarse en recetas del pasado ni en respuestas que ya no corresponden al tiempo que vivimos. Mucho menos a preservar el presente que precisamente está en crisis. Tiene que proponer con vehemencia un futuro, posible, pero diferente a lo que hemos conocido. Y eso es lo que hemos visto en Nueva York y de manera moderada también en España, con el Gobierno de coalición de Pedro Sánchez, quien no tiene cultura política marxista y, sin embargo, es un referente para el progresismo en Europa porque se ha animado a avanzar en nuevas políticas favorables para la población. No solo a preservar lo que había.
Hay un asunto, como el del genocidio de Israel en Gaza, que ha atravesado la campaña en Nueva York, y en el que el Gobierno español ha recibido críticas desde la izquierda y los movimientos sociales por no ir más lejos o más rápido, si bien en el contexto europeo ha sido de los primeros en reconocer el Estado palestino tras el 7 de octubre.
Sí, el Gobierno español se ha distinguido también por eso. Se ha distanciado de la complicidad del resto de los gobiernos de Europa con la barbarie genocida contra el pueblo palestino. Y a la vez, no se ha quedado solo en la defensa de los derechos sociales y ha dado pasos en la reforma laboral o el aumento del salario mínimo. Y es que, en tiempos de crisis, para las izquierdas, la sola conservación de antiguos logros es la derrota porque lleva al Gobierno a ser devorado por el malestar social que emerge precisamente de la crisis.
En tiempos de crisis, para las izquierdas, la solo conservación de antiguos logros, es la derrota porque lleva al Gobierno a ser devorado por el malestar social que emerge precisamente de la crisis
A menudo habla de la importancia de que las clases dirigentes se vean empujadas y acompañadas por los movimientos sociales en ese impulso por avanzar. ¿Cómo se puede hacer en momentos de avance reaccionario?
La acción colectiva, en sus múltiples formas, no solo son manifestaciones que escenifican una demanda o un estado de ánimo. Cuando son masivas y expansivas, son cataclismos cognitivos que llevan a envejecer viejos sistemas de creencias y tolerancias y, esto es lo decisivo, alumbrar nuevos esquemas de realidades factibles. Trastocan el sentido común de una sociedad, los límites de lo decible y la dirección del propio horizonte predictivo con el que los pueblos prefiguran su porvenir colectivo. Por ello, si bien ayudan y permiten sostener medidas audaces que puede tomar un gobierno de izquierdas, también lo empuja a que tome nuevas medidas.
La gente en las calles enriquece la gobernabilidad democrática de un Estado. Amplía los espacios de deliberación y la propia cualidad participativa de la sociedad en los asuntos comunes.
Usted decía que este tipo de procesos de izquierdas, progresistas, si no brindan certidumbres y mejores condiciones de vida, al final son de una terrible fragilidad.
La experiencia muestra que las sociedades modernas y complejas siempre están atravesadas por múltiples demandas, agravios, expectativas y necesidades en correspondencia a la diversidad de sus identidades. En ocasiones, una de estas demandas logra articular al resto y permite movilizaciones 'universales' capaces de atravesar la participación de varias clases e identidades sociales. Sin embargo, en crisis generales, hay una demanda nuclear, que atraviesa subyacentemente a la gran mayoría popular de la sociedad. Es la económica; a veces bajo la forma de salario, de inflación, de trabajo o mejora en el consumo. Cualquier gobierno de izquierdas, para estabilizarse, necesita resolver en primer lugar esa o esas expectativas de bienestar. Ya, con ese inicial soporte material, tiene espacio, tiempo y fuerza política para luego pasar a resolver otras demandas igual de importantes.
Lo inverso no es cierto. De hecho, la debilidad y continuidad de los gobiernos de izquierdas se juega en primer lugar en la economía.
En ese sentido, usted suele recordar al filósofo Pierre Bourdieu y la teoría del vaso y su capacidad para resistir las embestidas.
La imagen de Bourdieu es muy interesante. Él pregunta: ¿por qué un vaso de cristal se rompe cuando se tira una piedra? ¿Por culpa de la piedra? No. La piedra solo desencadena la cualidad rompible del vaso. Eventualmente, también podrá romper una rama o una silla. El vaso se rompe porque el vaso es frágil. Y si queremos que no se rompa, entonces hay que fabricar un vaso resistente. En términos políticos, los gobiernos de izquierda son sustituidos o debilitados no solo por el asedio, o la consuetudinaria perfidia de las fuerzas políticas conservadoras, autoritarias o antigualitarias. Ellas hacen su trabajo de atacar y lo harán sistemáticamente independientemente de lo que haga la izquierda.
Las derechas autoritarias no pactan ni conceden, pues su misión es expulsar y, si pueden, aplastar a las izquierdas. No son demócratas de convicción. Y han de cumplir su cometido si el proyecto político de izquierda es frágil, timorato en sus acciones, moderado en sus maneras de cumplir con las expectativas que tienen las mayorías sociales.
La única manera en que la izquierda pueda revalidar su apoyo social es cumpliendo con audacia el mandato y las esperanzas que la gente ha depositado hacia ella. Por eso, para ser “irrompible”, la izquierda debe tomar el control del tiempo político: tomar una medida de amplio apoyo popular por acá y, antes de que la oposición esté organizando la resistencia, tomar otra de similar interés colectivo por allá y así sucesivamente.
Lo decisivo es no perder la iniciativa y el control de los tiempos para que la oposición siempre tenga que ir por detrás de la agenda que pone el Gobierno. Y la resistibilidad de la izquierda, inevitablemente asediada por los poderosos, viene de su capacidad de mantener iniciativas económicas universalistas, esto es, llevar adelante decisiones que beneficien a la mayor parte de población, al 90% o 95%.
Eso lo hace de acero y no de cristal.
Lo decisivo es no perder la iniciativa y el control de los tiempos para que la oposición siempre tenga que ir por detrás de la agenda que pone el gobierno
Estos años en América Latina han mostrado que ha habido vasos más resistentes que otros. ¿Qué reflexión puede hacer, también sobre el caso de Bolivia, que le afecta más personalmente?

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