El pasado 5 de noviembre se celebró el Día Internacional de las Personas Cuidadoras. Un día que pasa casi siempre en silencio, quizá porque la sociedad prefiere no mirar de frente a quienes sostienen, con su cuerpo y su vida entera, la fragilidad de otros. Las cuidadoras principales siguen siendo la columna vertebral del sistema de dependencia y, al mismo tiempo, su eslabón más invisibilizado. No reclaman homenajes. Reclaman derechos.
España vive una paradoja cruel. El país presume de leyes avanzadas, discursos de igualdad y estrategias de cuidados, pero mantiene a cientos de miles de mujeres atrapadas en una labor que el Estado necesita, pero que nunca ha reconocido de forma digna. Cuidan 24 horas al día. Renuncian a empleo, salud, vida social y a menudo a su propio proyecto vital. A cam

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