ECP*

Donald Trump volvió a ser abucheado, esta vez en un estadio de fútbol americano. No es una anécdota menor: es un síntoma. Cada aparición pública del expresidente desata la misma reacción dividida —aplausos y rechiflas— que retrata la fractura emocional de su país. Pero más allá del ruido de las gradas, hay una escena más profunda: la de un gigante que se sabe enfermo, aferrado a sus delirios de grandeza mientras su estructura económica y moral se derrumba.

Trump no sólo encarna un proyecto político; representa una patología civilizatoria. Su lenguaje corporal es la traducción visible del narcisismo imperial: el mentón elevado, el gesto rígido, la mandíbula apretada, el movimiento circular de las manos como si moldeara el mundo a su antojo. Camina con el pecho adelantado y la mirada

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