En 2027 se cumplirán cien años desde que se empleó por primera vez el término desertificación. Durante este siglo se han logrado diversos avances conceptuales y de concienciación sobre ese grave problema socioambiental, además de algunas propuestas solventes. Sin embargo, prevalecen diversas confusiones que impiden el desarrollo de soluciones verdaderamente efectivas. Una de ellas es la identificación de lo qué es desertificación, cuestión que ha obstaculizado, por ejemplo, la localización del problema.
El proyecto Atlas de la Desertificación de España, financiado por la Fundación Biodiversidad, aborda de lleno este reto, presentando mapas de desertificación y una batería de casos de estudio que ahondan en diversas situaciones, algunas habitualmente identificadas con este problema y otras muy alejadas de ella.
Ni la aridez, ni los desiertos, ni las calimas son desertificación
Como imagen de la desertificación se suelen presentar casos que nada tienen que ver con el problema. Así, es habitual mostrar las típicas formaciones acarcavadas bajo un titular que sugiere que el desierto avanza. Son varios los errores acumulados en estas noticias. Esas geoformas –como las que encontramos en las Bardenas Reales (Navarra y Aragón) o el Campo de Tabernas (Almería)– se denominan malpaís por el hecho de que su incómoda orografía ha imposibilitado históricamente su aprovechamiento, con lo que no han podido ser degradadas por la actividad humana (uno de los requisitos para que haya desertificación).
Además, la desertificación es un problema in situ, no una amenaza externa a modo de meteorito que arrasa un territorio. Del mismo modo, el polvo sahariano que nos visita en forma de calimas cada vez con más frecuencia se asocia con la desertificación, pero se trata de un problema de otra índole. Las sequías y las zonas áridas son otras de las erróneas equiparaciones a este complejo fenómeno socioambiental.
Los sospechosos habituales
Una segunda familia de casos, habitualmente presentes en las listas de paisajes o síndromes de desertificación, tienen que ver con la agricultura. Se trata de cultivos que debido a su intensificación y malas prácticas desencadenan procesos de erosión, contaminación de suelos y aguas, o degradación de masas de agua, con las consecuentes repercusiones en la biodiversidad.
Ejemplos de ellos son diversos cultivos leñosos (olivar, almendro y vid) o las frutas y hortalizas (cultivos tropicales, invernaderos, cítricos, etc.). Estos “paisajes de la desertificación”, tal como se denominan en la Estrategia Nacional de Lucha contra la Desertificación (ENLD), representan al mismo tiempo soluciones económicas para muchas regiones, lo que dificulta enormemente su reconversión.
No resulta sencillo reconducir la agricultura intensiva en los alrededores del Parque Nacional de Doñana cuando constituye la principal vía de ingresos de muchas personas. Comprender en profundidad los mecanismos implicados –tanto socioeconómicos como biofísicos– es fundamental para que el desarrollo económico no sea efímero, sino verdaderamente sostenible.
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Donde reina la ambigüedad
En España, como en otros países de su entorno, se ha producido un éxodo rural que ha desencadenado unas dinámicas y apaciguado otras. Lo que vemos desde las ciudades es un paisaje más verde, consecuencia de que ya no utilizamos leña para calentarnos y cocinar, de que gran parte de la ganadería ha sido estabulada y muchos cultivos, abandonados.
Muchas zonas, previamente degradadas, tan solo son capaces de albergar matorrales; en otras se producen incendios debido a la acumulación de material inflamable. Por otra parte, pese al aumento de la superficie forestal, pocas masas boscosas se parecen a las originales. Hay especies invasoras y bosques que se secan.
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El abandono del territorio es un paisaje de desertificación llamativo: contraviene la norma de que la degradación ocurre por sobreexplotación de los recursos, no por subexplotación.
Por otra parte, los incendios forman parte de la regeneración y evolución del paisaje natural, y apagarlos precipitadamente causa más daños que beneficios.
Considerar que una densa masa de matorrales sea degradación no encaja con su papel protector frente a la erosión, su fijación de carbono o la facilitación de fases más avanzadas de ocupación.
Quizás no sea tan buena idea que el ganado desaparezca por completo. Si lo gestionamos adecuadamente y lo movemos puede ayudar a mejorar el entorno y crear fuentes de riqueza alternativas. En el fondo, puede ser una pieza más de la gestión forestal, que a su vez es un engranaje de la planificación territorial.
Todas estas afirmaciones son ciertas según el contexto, por lo que cuesta mucho decir si son o no desertificación. La cuestión es bastante más compleja, y depende de sus sinergias y condicionantes.
Jugando al despiste
Para complicar el panorama entran en juego otros dos casos que distorsionan nuestra percepción de la desertificación. En muchas ocasiones la degradación ocurrió hace demasiado tiempo como para considerar que un paisaje que observamos era otro mucho más brioso.
La tala de árboles y los posteriores episodios de erosión han convertido hermosas sierras cubiertas de bosques en estériles pendientes polvorientas. Los dispersos matorrales que las cubren pasan, a ojos de las generaciones que las conocen por primera vez, por áridas sierras que siempre fueron así.
Por último, tenemos el caso en el que el desplazamiento es espacial. El comercio global mueve mercancías de una punta del planeta a otra y, a rebufo, la degradación salta de un continente a otro. Así, la mencionada estabulación del ganado reduce la presión sobre el territorio, pero ha supuesto que se talen miles de hectáreas de bosques primarios para cultivar soja, la base de los piensos que alimentan a esa ganadería. Esa exportación de degradación elimina paisajes de desertificación en unos territorios, pero crea profundas heridas en otros.
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Paisajes de desertificación, una herramienta esencial
Las situaciones analizadas permiten actualizar los paisajes de desertificación identificados inicialmente en el proyecto SURMODES, posteriormente incorporados al Programa de Acción Nacional de Lucha contra la Desertificación (PAND) y a la ENLD.
Los paisajes resultan especialmente útiles por su escala espacial, que coincide con la de los procesos de desertificación. Además, facilitan la comprensión del problema al sintetizar, de forma cualitativa, las interacciones entre los factores socioeconómicos y biofísicos. Esta descripción –y, sobre todo, la reflexión sobre las verdaderas causas de su desarrollo, los motores del fenómeno y sus efectos– puede contribuir a establecer las bases para diseñar soluciones eficaces y sostenibles.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Jaime Martínez Valderrama recibe fondos de Fundación Biodiversidad.
Javier Martí Talavera recibe fondos de Fundación Biodiversidad.
Jorge Olcina Cantos recibe fondos de Fundación Biodiversidad.
Juanma Cintas recibe fondos de CSIC.


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