En Armero todo fue una equivocación. Y, como en el Palacio de Justicia, las heridas permanecen abiertas porque no ha habido verdad ni justicia ni reparación

El 13 de noviembre de 1985 Colombia no terminaba de conocer la dimensión del holocausto del Palacio de Justicia . Ni siquiera sabía cuántas personas habían muerto ni quiénes eran. Se comenzaba a especular que algunas habían salido vivas y que posteriormente habían sido ejecutadas. Las imágenes eran dramáticas: cuerpos calcinados, la edificación en ruinas, teñida de ceniza y de una mezcla indescriptible de agua y sangre.

Esa noche me fui con unos amigos a un café en el centro de Ibagué. La tragedia era el eje de la conversación. En mi apartamento se estaba quedando un amigo armerita, Ausberto Hernández. El día anterior, una extraña

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