Hay un rincón del internet donde habitan los fantasmas digitales. No son trolls ni bots: son grupos de WhatsApp muertos.
Esos que nacieron con entusiasmo (“¡hagamos este grupo para estar en contacto!”) y hoy son desiertos donde solo se escucha el eco de un sticker solitario.
Todos tenemos al menos uno. Un grupo de excompañeros, de un proyecto que terminó, de una despedida, de un curso, de un cumpleaños.
En su momento era pura actividad: cientos de mensajes, emojis, fotos, memes, cadenas de buenos días. Hoy, nadie escribe. Pero nadie se sale. Porque hacerlo sería una declaración pública de ruptura.
El silencio en estos grupos tiene una energía particular. No es olvido: es respeto. Nadie quiere ser el primero en irse, porque el resto lo notará.
Y ese “ Fulanito salió del grupo ” es e

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