No prosperó la campaña de la precandidata Vicky Dávila. Lo suyo fue un intento fallido: una propuesta sin alma, sin verdad y sin propósito, sin propuestas. Y quizá por eso tal vez le duela, porque el ego también se hiere cuando no encuentra eco.

Hace tiempo que Vicky Dávila se alejó del periodismo que informa y construye. Hoy su oficio parece otro: propagar día a día el odio, dividir al país y alimentar la desconfianza. Cada palabra suya busca un enemigo más que una reflexión. Y con su “precandidatura” —esa voz que repite sus gestos y consignas— intenta convertir la rabia en discurso político.

Pero ningún proyecto que nace del desprecio puede prosperar. El odio no levanta pueblos; los fractura.

Y aunque se disfrace de “defensa de la libertad”, lo que se protege, en el fondo, es el p

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