Hay un fenómeno social que se repite cada año y que divide al mundo en dos bandos: quienes esperan con paciencia — o resignación — a que el calendario marque diciembre para empezar a decorar, y quienes, apenas se apaga el último bombillo de Halloween, ya están desempolvando cajas, revisando luces y oliendo cada rincón de la casa para ver si ya huele a pino.
Para unos es exageración; para otros, necesidad emocional. Pero la verdad es que hay algo profundamente humano, casi entrañable, en esas personas que comienzan la Navidad cuando el año aún ni decide si va a mejorar o a empeorar.
Quien arma la Navidad en noviembre no lo hace por ansiedad, como algunos creen, sino por emoción pura. Es un tipo de persona que no espera a que el calendario dé permiso para sentir ilusión.
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