“La vida de Chuck”, la última película de Mike Flanagan basado en un cuento de Stephen King, esta buenísima. Una obra luminosa que cuenta el fin del mundo. Tom Hiddleston (el villano Loki en The Avengers) interpreta a un hombre común cuya existencia se va apagando mientras la ciudad se despide de él con carteles publicitarios. Lo extraordinario no es el final del mundo, sino la dignidad con que se lo contempla.
Flanagan no filma una catástrofe, filma la posibilidad de seguir creyendo cuando ya nada tiene sentido. Y ese es un gesto profundamente borgeano: creer sabiendo que no creemos. JLB alguna vez escribió que creía en los espejos, en la música, en el olor del café y en la “feliz coincidencia de los días”. Creía en lo que no necesitaba explicación. Esa fe doméstica, tan distinta a la de

Diario de Cuyo

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