Hay un momento preciso en el que una ruptura deja de doler: cuando dejas de anticipar el dolor. Cuando pasas por delante de ese bar sin que se te encoja el estómago, cuando escuchas esa canción en la radio y ya no te paraliza. El cerebro humano está diseñado para esto, para que los recuerdos traumáticos se difuminen con el tiempo, pierdan nitidez y dejen de asaltarnos. Es un mecanismo de supervivencia: si recordáramos cada herida con la misma intensidad que el primer día, no aguantaríamos.
Pero Internet rompe ese pacto evolutivo. La nube no olvida, no difumina, no cicatriza. Cada foto sigue en alta resolución, cada mensaje conserva su fecha y hora, cada playlist mantiene intacto el orden de las canciones. Y lo peor: las plataformas han aprendido a devolvértelo todo cuando menos lo esper

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