En Nicaragua el clima de incertidumbre no distingue entre lo público y lo privado: se respira en las oficinas, en las calles y en los barrios de todo el país. Para muchos nicaragüenses, el silencio no es una opción, sino una necesidad para sobrevivir al régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Hablar abiertamente puede llevar a que un comentario llegue a oídos de los vigilantes del partido: los militantes sandinistas.
Hace dos meses, Juan fue presionado por una mujer sandinista del Consejo del Poder Ciudadano (CPC) de su barrio para afiliarse al partido oficial. El joven primero se negó, pero ante la insistencia, llenó el formulario de militancia por temor a tener problemas con la autoridad. “Ahora tengo que fingir que soy sandinista por miedo a que me fichen como opositor”, explica Ju

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