Hay viajes que uno no planea con el cuerpo, sino con el alma. El año pasado hice algo que nunca antes había experimentado: me fui de viaje sola. Absolutamente sola. Sin pareja, sin hijos, sin ir a visitar a la familia, ni a refugiarme en un lugar conocido.

No iba a descansar de nada, iba a conocer y con ello no me refiero solo a conocer un territorio: fui a explorarme en un territorio nuevo.

La primera vez que lo conté, me preguntaron si no me daba miedo. ¡Hombre! Claro que sí. Pero entendí, al responder, que si no conocía el lugar, no podía perderme más de lo que ya estaba o de lo que ya he estado durante toda mi vida.

Así que dejé de temerle a eso: al extravío, al no saber hacia dónde voy o a tener que inventarme un trayecto y descubrí algo maravilloso: viajar sola no es estar sola, e

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