Siempre que el antiguo president Pujol sufre alguna leve dolencia, la mayoría de medios del país se lanzan con frenesí sobre la noticia, como si la actual neumonía que hace toser (aún más) al número 126 o cualquier pequeña herida fuera la excusa perfecta para ejercitar la morbosidad obituaria. Diría que la tribu tiene ganas de hacer las paces con —y, en cierta forma, de enterrar para siempre— el pujolismo , porque ni los enemigos más acérrimos del Molt Honorable acabaron de estar satisfechos con su primera hipotética muerte, la política, marcada por la confesión de la herencia andorrana y etcétera. A su vez, hay mucha gente que tiene ganas de convertir a Pujol en cadáver , pues, en el fondo, les da igual lo que pueda decir un juez español a estas alturas (después del cúmulo de sentenci

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