En una villa privada sobre las aguas casi irrealmente turquesas de las Maldivas, Cassidy O’Hagan —28 años— desliza la cortina del dormitorio para comprobar si el niño sigue dormido. No está de luna de miel ni de vacaciones. Está trabajando. Horas antes, la familia había llegado en un jet privado desde Nueva York. Ella, como parte del "equipo de cuidado infantil", viajaba con ellos.
Para muchos jóvenes podría parecer un sueño improbable. Para ella —y para un número creciente de personas de su edad—, es simplemente la alternativa más sólida a un mercado laboral corporativo que sienten roto. En un mundo donde los despidos son constantes, las trayectorias se desmoronan y la inteligencia artificial empieza a competir por los mismos puestos de oficina, decenas de jóvenes están eligiendo otro ca

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