Madrid expone una inclinación patológica a sabotear su propio paisaje . No basta con que haya sobrevivido al desarrollismo, a las autopistas interiores y al imperio del ladrillo: cada cierto tiempo, la ciudad siente la tentación de corregirse, de maquillarse, de someterse a una cirugía estética innecesaria. Ahora la víctima es el templo de Debod , ese jeroglífico improbable que se yergue sobre el Parque del Oeste, como si Tutmosis IV hubiera extraviado su GPS en Moncloa.
Los hay que piden cubrirlo, encerrarlo, momificarlo bajo un armazón de cristal y acero, como si fuera una reliquia enferma que necesita aislamiento. Los mismos que, probablemente, habrían querido ponerle una bufanda a la Cibeles o tapar el acueducto de Segovia con una lona ignífuga. La pulsión protectora, en real

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