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La posible incorporación de México a los BRICS, o incluso un acercamiento sostenido, es uno de los movimientos geopolíticos más relevantes desde la firma del T-MEC. No es un gesto simbólico: implica redefinir el lugar de México en el mundo y, al mismo tiempo, activa las alarmas de Washington. La decisión toca un nervio profundo: la autonomía real de un país cuya economía depende en exceso de la potencia que hoy vive su declive más visible en décadas.

Acercarse a los BRICS significa reconocer que el viejo orden unipolar ya no existe. China, India y Rusia disputan la arquitectura del siglo XXI y América Latina comienza a actuar con mayor autonomía. México, potencia media con peso industrial y posición estratégica, tiene todo para jugar en varias mesas. Pero arrastra un hecho contundent

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