El sábado 8 de noviembre había amanecido con esa luz turbia que precede a las catástrofes, mientras Rafael Veraza conducía hacia el Sam’s Club de Cicero, en Chicago, sin saber que ese trayecto ordinario se transformaría en un descenso a los círculos del infierno burocrático.
Por Juan Limachi
Rafael llevaba a Arianna, su hija de apenas un año, esa criatura inocente que aún no comprende las taxonomías del odio, ni las categorías administrativas que dividen a los humanos entre los ciudadanos, como ella, y los deportables.
Lo que sucedió después pertenece al reino de lo abyecto, a ese territorio donde el Estado despliega su rostro más siniestro: los agentes de la Patrulla Fronteriza materializaron como espectros armados, transformando el estacionamiento en teatro de operaciones militares, y

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