La primera de las tres noches que Juana Molina ofreció en La Trastienda (aún quedan viernes 21 y sábado 22) para presentar Doga no fue simplemente un concierto, se trató de una inmersión total en el universo extraño, juguetón y a veces inquietante de su nuevo disco. Durante poco más de una hora y media, la artista desplegó un show que confirmó por qué cada regreso suyo en vivo funciona como una ceremonia a la que nadie quiere faltar.

El recinto agotado reunía un público imposible de encasillar, había adolescentes curiosos, treintañeros fieles a sus discos de culto y habitués de su escena experimental, además de varias personas mayores que la siguen desde Rara o incluso desde antes. Esa mezcla generacional hizo que la sala pareciera un pequeño santuario abierto a todo el que qu

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