Más o menos desde hace cinco años escucho en mi entorno la misma queja: no hay nada para ver. “Nada” refiere a una serie o una película que ofrezca una historia, un personaje, una estética que la destaque del resto. “Ver” refiere a una conexión cognitiva y estética, y no a un mero atender la pantalla.
Esa queja debe tener varias razones, pero me interesa ensayar una que me inspiró la charla que Lucrecia Martel ofreció recientemente en el Bogotá Audiovisual Market.
Las reflexiones que la directora argentina compartió con el auditorio son de apenas unas semanas atrás, y eso se trasluce cuando cita a nuestro país en clara referencia al impacto cultural de los riesgos que atraviesa el Incaa.
Añade a esto la antipática oposición que se ha naturalizado entre industria y cultura, con el consec

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