Durante meses, España ha vivido como quien mantiene el aire atrapado en el pecho. No era solo la investigación al fiscal general del Estado. Era la sombra que se proyectaba detrás: el diseño político que permitió que ese fiscal llegara a su cargo. Pedro Sánchez no lo eligió por casualidad. Lo nombró porque lo necesitaba cerca, disponible, alineado. Un seguro personal para cuando estallaran las tormentas. Una premeditación silenciosa: colocar a un amigo en la puerta del Ministerio Público por si un día había que mover piezas, influir, presionar, orientar. También para desactivar historias que afectaban directamente a su poder, como la investigación sobre el novio de Isabel Díaz Ayuso, cuya filtración ilegal marcó el punto de ruptura. El plan parecía funcionar mientras el núcleo del poder se

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