Un día dejé de llevar reloj. No recuerdo el motivo exacto: quizá cuando el móvil empezó a dictarnos la hora y la vida. Siempre he tendido a la austeridad —una forma fina de admitir que puedo ser tacaño con los accesorios y conmigo mismo—, así que en cuanto pude mirar la hora en el teléfono decidí que ya bastaba de cargar con un trozo de metal, plástico o lo que fuera que llamara "reloj". Me sentí ligero, casi un pájaro: libre del yugo horario que atormenta a cualquier neurótico que convive con alguien impuntual.
Mi último reloj había sido un regalo antiguo, de cuando vivía con mis padres y aún creía que los Reyes Magos actuaban con sensatez. Era un modelo juvenil de una marca omnipresente entonces, y yo lo recibí como un agravio personalizado en la muñeca. En mi habitación culpé a Melchor

20 Minutos

People Top Story
WNDU Sports
The Babylon Bee
Raw Story
Crooks and Liars
Atlanta Black Star Entertainment
Salon
NBC Chicago Sports