No habían pasado 48 horas del asesinato de John Fitzgerald Kennedy y el mundo entero seguía convulsionado por la noticia cuando, exactamente a las 11.15 de la mañana del 24 de noviembre de 1963, la Jefatura de Policía de Dallas, en Texas, se convirtió en un hervidero de movimientos, con agentes de policía inquietos y periodistas en busca de la noticia. Las cámaras de televisión estaban listas para transmitir en vivo y en directo el traslado de Lee Harvey Oswald , el presunto tirador solitario que había acabado con la vida del mandatario estadounidense, a la cárcel del condado luego de una verdadera maratón de interrogatorios. La impaciencia hacía rato que se notaba en el ambiente porque la movida estaba prevista para las 10, pero una serie de pequeños inconvenientes la habían retra

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