Durante 26 años, el régimen venezolano ha mantenido un objetivo claro: aniquilar toda forma de disidencia. Lo ha hecho mediante métodos cada vez más macabros que han sembrado miedo, fracturado el tejido social y quebrado la moral colectiva.

Sin embargo, la represión ya no se limita a detener, torturar, aislar o secuestrar a dirigentes políticos, defensores de derechos humanos, periodistas, estudiantes, abogados, militares, funcionarios u opositores. En esta nueva fase, la persecución alcanza también a sus familias.

La estrategia es directa y brutal, el régimen persigue a madres, padres, hijos, hermanos, primos e incluso mascotas. A través de detenciones arbitrarias, aplica castigos colectivos para presionar a la persona buscada, forzar su entrega o simplemente castigarla.

Esta práctica

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