Hasta hace no mucho, bañar a los perros solía brindar una postal repetida: la ducha llena de pelos, el piso resbaladizo, el dueño empapado y el animal intentando escapar a toda costa. Para muchos, era un ritual doméstico incómodo. Para otros, un mal necesario que terminaba en un baño tradicional, lejos de casa y con el perro ansioso por separarse de su familia.
Ese escenario empezó a cambiar en los últimos meses. Aparecieron en la ciudad locales donde los propios tutores pueden bañar a sus mascotas en cabinas especialmente acondicionadas, sin estrés, sin desorden y sin dejar al animal al cuidado de un desconocido. Los autolavados de perros, un formato extendido en Europa y Estados Unidos, desembarcaron en Rosario y ya muestran un crecimiento inesperado.
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