El 25 de julio de 2014 estaba con mi mujer y mis hijos en Montreal (Canadá) a punto de comer un bocata en un Subway, un restaurante de comida rápida.

Me conecté a e-notícies —el digital que yo entonces dirigía— y vi que Pujol confesaba tener dinero en el extranjero. Inmediatamente llamé a la redacción. «Cambiad el titular. Poned: Pujol, también».

El «también» iba por todos los casos de corrupción que iban aflorando. Se desmoronaba, en realidad, el último mito de la política catalana . A pesar de los rumores que corrían sobre a lguno de sus vástagos –el famoso 3%–, nadie podía imaginar que él hubiera metido la mano en la caja .

Al fin y al cabo, era el padre de la Cataluña actual, el primer presidente de la Generalitat recuperada, el padre de la patria , un referente moral para muchos.

Ahora Convergencia, el partido que fundó en Montserrat en 1975, ni siquiera existe , acosado por los casos de corrupción y las sentencias en contra. Como la del caso Palau.

Debe ser la única fuerza política de Europa occidental en la que, en el espacio de diez días, dimitió el presidente fundador, Jordi Pujol, y el secretario general, su hijo Oriol, este por el caso de las ITV. Al final fue condenado tras un pacto con fiscalía.

Debe ser también el único partido de Europa occidental en el que el padre era el presidente y el número dos, el hijo. En medio estaba Artur Mas, que tenía que guardar la finca del dueño hasta que se hiciera cargo el vástago. Aquello que, en el derecho civil catalán, se conoce como la figura del «masover», el empleado que guarda la finca en ausencia del dueño.

Pujol confesó por escrito. Como Félix Millet, por cierto, en el 2009. El presidente  del Palau de la Música envió una carta a La Vanguardia revelando la desviación de dinero público. Dijo que eran más de tres millones de euros. Aunque luego, durante el juicio, se demostró que eran más de treinta. Y no han aparecido.

El ex president también se sometió a escarnio público. No se sabe si para expiar las culpas —es hombre de profundas convicciones cristianas— o como estrategia de defensa.

Hasta entonces, Pujol era intocable. Me acuerdo de que meses después participé en una tertulia en BTV, la televisión del Ayuntamiento de Barcelona, en diciembre del 2015.

Estaba una persona que, con el tiempo, descollaría: la líder de Junts en Madrid, Míriam Nogueras. Pese a que entonces solo era la portavoz o la secretaria —nunca lo supe con certeza— de una patronal independentista: el Cercle Català de Negocis.

En un momento de la tertulia soltó:

– El caso Pujol es culpa de España.

Ante mi sorpresa, tuve que recordarle que el ex presidente de la Generalitat había nacido en Barcelona en 1930. Pero daba igual, la culpa siempre era de España, que en cierta forma lo contaminaba  todo. Con estas maneras no me extraña que haya llegado al Congreso de los Diputados. Es la niña de sus ojos de Puigdemont.

Lo cierto es que el run-run del 3%  había circulado con profusión en los mentideros catalanes. A mí me llegó en dos ocasiones: con el Departamento de Educación, que había sido la sede de IBM en Barcelona, un edificio majestuoso en la Vía Augusta. Recuerdo que hasta fui a visitar a un directivo a su casa. Ni les cuento la cara que puso cuando le pregunté, ingenuamente, si se habían pagado comisiones.

Y la otra, el Museo de Historia de Cataluña . Paradójicamente, el mismo sitio en el que se presentó en el verano del 2017 la coalición de CDC y ERC Junts pel Sí, que en teoría tenía que llevar a Cataluña a la independencia.

En este caso la fuente era de los Mossos, imaginen. De hecho, el Gobierno de la Generalitat alquiló el edificio, un antiguo almacén rehabilitado del puerto de Barcelona, por la cantidad de un millón de pesetas al mes. Pero, en periodismo, no se puede publicar nada sin pruebas.

Y si no canta alguien de dentro, como el fiscal de Filesa, es difícil porque, obviamente, nadie va dejando rastro documental del pago de comisiones ilegales.

En fin, el fin de una dinastía ha acabado ahora en el banquillo de los acusados. Lo que más me ha sorprendido del juicio es que los hermanos ni siquiera se sientan juntos. No sé si por comodidad o por diferencias entre ellos.

Para el hereu, Jordi Pujol Ferrusola , piden casi 30 años de cárcel por asociación ilícita, blanqueo, falsificación documental, contra la Hacienda pública y por intentar camuflar bienes cuando ya era investigado (frustración de la ejecución). En teoría era el responsable de la trama . Atesoró una colección de coches antiguos de segunda mano. El fiscal pide para su ex mujer, Mercè Gironès, de la que lleva tiempo separado, 17 años de cárcel.

Para su hija, Marta Pujol Ferrusola, que entre 1996 y 2015 fue arquitecta municipal de Sant Vicenç de Montalt (Barcelona), un feudo convergente, a pesar de que no había obtenido la plaza por concurso, se le acusa de haber hecho para la Generalitat una docena de proyectos.

Josep Pujol Ferrusola fue directivo de Indra, supuestamente también para favorecer los negocios de la compañía en Cataluña. Afronta una petición de 15 años de cárcel

Mientras que Oriol Pujol empezó de veterinario, pero acabó en la política, ya fue condenado a dos años y medio de cárcel por el citado caso de las ITV. Ahora le piden ocho años más. Como a su hermano Pere Pujol, que tenía una consultora.

Pasado tanto tiempo, no será fácil confirmar —y sobre todo demostrar— todas las acusaciones. Como dijo el propio Josep Pujol Ferrusola en su comparecencia en el Parlament, «cada uno ha ido por libre y se lo ha montado como ha podido».

Además, tienen delante a uno de los mejores penalistas de Barcelona, Cristóbal Martell, considerado más bien progresista, lo que no ha impedido hacerse cargo de la defensa de la familia al ex «molt honorable».

No ha conseguido excluir al presidente del juicio. Pero sí ganar tiempo a base de pedir expurgar todos los datos personales del voluminoso sumario. Pase lo que pase, incluso con sentencia condenatoria, no parece que Jordi Pujol acabe en prisión.