Sentado bajo un enebro, y deseando morirse, dijo el profeta Elías: "Basta ya, dios mío, quítame la vida, me he quedado solo, nadie más te defiende". Abatido, y derrotado, se quedó dormido. Lo despertó un ángel que, tocándolo, le dijo: "Levántate y come, hombre" (bueno, hombre, no le diría, demasiado coloquial para un ángel y para un profeta): "Levántate y come porque el camino que te queda es largo". Comió y bebió Elías. Y fortalecido, caminó cuarenta días con sus cuarenta noches hasta el monte Horeb.

Allí se metió en una cueva y aguardó a que dios se le manifestara. Lo hizo dios y le dijo:"¿Qué haces aquí, Elías? Sal fuera". "¿Para qué, dios mío?, si han vencido los falsos profetas y han derribado tus altares. Solo yo he quedado, nadie está conmigo". Dios insistió: "Sal fuera, hombre" (b

See Full Page