Entre los acantilados que moldean la costa oriental de Cantabria se alza una villa que parece detenida en el tiempo, donde el rumor del mar se confunde con las campanas de una iglesia gótica y el olor a salitre guía al visitante entre callejuelas empedradas. Castro Urdiales , con su pasado romano, su esplendor medieval y su profunda vocación marinera, es uno de esos lugares que no solo se visitan: se sienten.

A medio camino entre Santander y Bilbao , esta villa —una de las antiguas Cuatro Villas de la Costa del Mar junto a Laredo, Santander y San Vicente de la Barquera— encarna la esencia del norte. Su casco histórico , declarado Conjunto Histórico-Artístico en 1978 , es un laberinto de piedra y madera donde las fachadas de colores se asoman al puerto como testigos de siglos de historia y mareas.

Un castillo frente al Cantábrico y una iglesia que roza el cielo

En lo alto del promontorio que domina la bahía se levantan dos de los símbolos más imponentes de la villa: la Iglesia de Santa María de la Asunción y el Castillo-Faro de Santa Ana .

El templo, erigido en el siglo XIII bajo el reinado de Alfonso VIII, es una joya del gótico marítimo con claras influencias francesas. Su interior, sobrio y majestuoso, parece pensado para recoger la luz que entra del mar. A su lado, el castillo —convertido hoy en faro— sigue vigilando el horizonte, como lo hiciera cuando era parte del sistema defensivo de la villa. Desde sus almenas, el visitante contempla una de las panorámicas más sobrecogedoras de Cantabria: el puerto, el paseo marítimo y las olas rompiendo bajo los muros centenarios.

Junto a ellos, el puente medieval de Santa Ana , confundido a menudo con uno romano, conduce hasta la ermita del mismo nombre , donde los pescadores se encomendaban antes de salir a faenar. Es, quizá, la imagen más icónica de Castro Urdiales: el puente de piedra, la ermita y el mar azul profundo batiendo contra las rocas.

Un paseo entre historia, sabor y tradición marinera

Caminar por Castro Urdiales es adentrarse en una villa donde cada esquina cuenta una historia. Las calles Ardigales , La Rúa o La Correría concentran la vida local: bares, tabernas y restaurantes donde probar las míticas anchoas en aceite de oliva , los besugos al horno o los tradicionales caracoles marineros .

En las terrazas del paseo de Amestoy , el ambiente es bullicioso pero acogedor, con el murmullo de las conversaciones y el vaivén de los barcos en el puerto. Al caer la tarde, el cielo se tiñe de tonos cobrizos y el reflejo del sol sobre las murallas recuerda por qué este pueblo sigue enamorando a viajeros y fotógrafos por igual.

Más allá del centro, la naturaleza marca el ritmo. Las playas de Brazomar y Ostende invitan a paseos tranquilos incluso en otoño, mientras que El Pedregal , una zona rocosa moldeada por el Cantábrico, ofrece una vista poderosa del paisaje costero. Y en el interior, la Cueva de la Peña del Cuco revela grabados del Paleolítico superior, un recordatorio de que Castro Urdiales ha sido habitada desde tiempos inmemoriales.

Cómo llegar y cuándo visitarla

Castro Urdiales está conectada por la autovía A-8 y cuenta con servicios regulares de autobús tanto desde Bilbao como desde Santander, lo que la convierte en una escapada perfecta para un fin de semana o como parada esencial en una ruta por la costa cantábrica.

Aunque en verano la villa multiplica su población, es en otoño cuando muestra su verdadera esencia : el bullicio se apaga, las calles respiran calma y el mar, en su versión más salvaje, devuelve al visitante la imagen más pura de la Cantabria marinera.

Una villa con alma

Castro Urdiales es mucho más que una postal perfecta: es una historia viva, un puerto que fue romano, un castillo que resistió siglos de mareas y un pueblo que sigue mirando al mar con la misma mezcla de orgullo y melancolía de antaño.

En sus murallas y en sus tabernas, en el viento que sopla del norte y en las luces que se encienden al anochecer, late el espíritu de una villa marinera que, aún hoy, conserva el alma medieval de Cantabria .