Hubo un tiempo en que el ocio era peligroso: podía llevar al pensamiento.Las civilizaciones lo sospecharon pronto: un cuerpo sin tareas podía empezar a imaginar.Entonces, el poder inventó una distracción honorable: el deporte.Correr, saltar, lanzar… todo servía, siempre que el sudor no produjera ideas.
El ocio dejó de ser libertad y se volvió horario.El descanso empezó a tener reglamento, puntuación, patrocinador.Los imperios antiguos tenían circos; los modernos, estadios.Ambos sabían lo mismo: el cuerpo entretenido es el alma en reposo.
El siglo XIX descubrió que la fábrica necesitaba un espejo moral: el gimnasio.Había que producir también en el tiempo libre, ahora en nombre de la salud.El deporte industrializó la diversión: cronómetro, disciplina, meta.El ocio, esa grieta por donde se

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