Aunque España es el país de los 1.000 festivales, a la hora de enumerarlos siempre salen los mismos nombres, citas de grandes audiencias y artistas de relumbrón que pugnan por incluir su nombre en el circuito internacional. Pero detrás de eventos que han crecido hasta lo más alto como el Primavera Sound, o aquellos impulsados por grandes promotoras como Live Nation, existe un substrato de pequeños festivales que se resisten a contar por miles sus asistentes. Citas que hacen virtud de su presunta debilidad, un tamaño reducido que les aporta proximidad tanto al público, que disfruta más y mejor de los espectáculos, como al territorio, que se enriquece de propuestas cuyo eco se prolonga a lo largo del tiempo. Propuestas que se han profesionalizado sin dejar su origen entre amigos o vecinos, c
Los microfestivales alzan la voz

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