Hay vidas que no encuentran sostén. Ni en la familia, que se deshace entre el amor y la impotencia, ni en el Estado que no alcanza a cubrir la demanda infinita de las necesidades.

En ese vacío cae la persona adicta.

Es en ese vacío donde aparece otra estructura organizada, el narcotráfico. Un poder paralelo que, a diferencia de la familia y del Estado, no pide explicaciones, no exige trámites, no cuestiona. Ofrece pertenencia inmediata, dinero rápido.

Lo que el Estado promete con leyes y lo que la familia implora con lágrimas, el narcotráfico lo entrega con brutal eficacia.

Pero el precio es el alma.

Porque el narcotráfico funciona como una religión oscura que exige feligreses obedientes, devotos sin preguntas, seguidores que cumplan mandamientos que siempre conducen al mismo final.

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