Cuando era chico, solía destacarse más por su energía desbordante que por su disciplina . Era el tipo de niño que corría más rápido que todos, que imitaba a sus héroes deportivos sin medir consecuencias y que siempre buscaba competir. Su familia lo alentaba, pero también intentaba encauzar el torbellino que llevaba dentro: una mezcla de carisma, desafío y hambre de juego.

A medida que crecía, se volvió evidente que tenía un talento natural: velocidad, manos seguras y una intuición privilegiada. Sin embargo, su personalidad intensa no siempre jugaba a su favor . La adolescencia le trajo conflictos, impulsos y decisiones que marcaron su camino. Sus entrenadores lo querían en la cancha, pero advertían que la rebeldía podía convertirse en su peor rival.

Cuando llegó a la universidad, par

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