Una investigación explora cómo la "termocepción", que es nuestra percepción de los cambios en la temperatura de la piel, como cuando recibimos un abrazo cálido o sentimos un escalofrío, influye en la fuerza con la que experimentamos nuestros cuerpos como realmente "nuestros", creando la denominada autoconsciencia.
Un cuerpo que se siente propio depende también de señales sencillas y constantes, más allá de los mundos que podemos crear con nuestro cerebro o los artilugios del lenguaje, que también nos definen. El calor y el frío que recorren nuestra piel aportan algunas de esas señales más simples, produciendo la capacidad de reconocer nuestra propia existencia.
Un nuevo estudio científico publicado en la revista Trends in Cognitive Sciences y desarrollado por investigadores de la Univ

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