Un año después de la caída de Bashar al Asad, el barrio de Damasco donde se crio Ahmed Al-Sharaa recuerda los retos a los que se sigue enfrentando Siria

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El Mezze Oriental no jugó ningún papel durante la revolución siria. O quizá sí: el de mantener el aparato de Estado de Bashar Al-Asad organizado desde las bases militares y las sedes de los ministerios que circundan este barrio afluente del oeste de Damasco. Ya durante el mandato de Háfez, el padre del dictador, se construyeron aquí bloques altísimos de viviendas —los más grandes de todo el país— para acoger en ellos a generales del ejército y a sus familias, a administradores y a parte de la burguesía de la Siria baazista (el partido del antiguo régimen).

En uno de ellos, paradójicamente, se crio Ahmed al-Sharaa, el hombre que el 8 de diciembre de 2024 se convirtió en “libertador” de Damasco y, por ende, de toda Siria. Su barrio no lo había visto pasear desde 2003, cuando salió en autobús a Bagdad para luchar con Al-Qaeda contra la invasión occidental de Irak. Entonces se dejó también de oír su nombre de pila: Al-Sharaa adoptó el nombre de guerra Mohamad al-Jolani —gentilicio en árabe del Golán— en referencia a sus raíces familiares en aquella región a una hora al sur de Damasco y ocupada por Israel desde 1967.

Al-Jolani tuvo que esperar más de 20 años hasta volver al bloque en el que sus padres, dueños de una inmobiliaria que aún sigue en pie, lo habían criado a él y a sus hermanos. Regresó pocos días después de que sus hombres de Hay’at Tahrir al-Sham (HTS) —antigua Al Qaeda en Siria— y otras facciones rebeldes tomaran Damasco el año pasado. En las esquinas de Mezze Oriental, donde se crio entre pastelerías francesas y embajadas, los vecinos aún esbozan una sonrisa cuando oyen el nombre de su hijo pródigo, uno improbable para un barrio como este.

No dudo que fuera su destino, pero no nos lo esperábamos. Era callado, íbamos juntos a la mezquita después del colegio y no mostraba una vocación clara por la religión

“Cuando salió por primera vez en Al Jazeera, no se hablaba de otra cosa”, explica Abed Abderramán, el barbero del barrio con el que Al-Sharaa tuvo una estrecha relación de pequeño. “Acababan de nombrarlo líder del Frente Al-Nusra y después de años desaparecido me sorprendió verlo a cargo de una organización islamista”, explica Abderramán.

El pasado 10 de diciembre, durante su visita al barrio, Al-Sharaa le confió un último corte de pelo a su barbero de toda la vida. Abderramán explica cómo, cuando llegó el ya presidente interino, él le estaba cortando el pelo a un vecino alauí, hijo de un antiguo general del ejército de Asad. Según el barbero, Al-Sharaa insistió en que terminara con el otro cliente antes de ocuparse de él.

En la misma butaca en la que se sentó aquel día Al-Sharaa, se sienta hoy Baraq Salum, un antiguo compañero de pupitre del presidente que se dedica a la compraventa de productos cosméticos. “No dudo que fuera su destino, pero no nos lo esperábamos. Era callado, íbamos juntos a la mezquita después del colegio y no mostraba una vocación clara por la religión”, explica Salum. “Nada, nada. Ni rezaba ni era musulmán”, contesta riendo Abderramán.

Según los vecinos, un día, en el bachillerato, la mezquita del imán Al-Shafi’í convocó a un grupo de hombres jóvenes que estaban a punto de graduarse y los invitaron a viajar a Bagdad. “Así empezó. Le tocó a él como me podía haber tocado a mí”, explica Salum.

“¿Cómo ha convencido a todo el mundo?”

El excompañero de clase de Al-Sharaa reconoce que no esperaba que aquel niño que conoció en su infancia se convirtiera en un hombre de poder. “Era yo el conocido del barrio. Todo el mundo sabía quién era Baraq y tenía poder sobre chavales como él. La policía venía a veces y yo hacía y deshacía los problemas. Es gracioso cómo las cosas cambian”, reflexiona. “¿Cómo habrá hecho para convencer a todo el mundo de que lo acepten? Pedían 10 millones [de dólares] por su cabeza. ¿Cómo ha hecho para cambiar la opinión de Trump?”, le pregunta al barbero.

Durante el último año, Al-Sharaa ha catapultado a Siria a la escena internacional por primera vez en décadas. El nuevo líder ha sido recibido por Donald Trump en la Casa Blanca y se codeó con sus homólogos de todo el mundo en la última Asamblea General de las Naciones Unidas. Gracias al patrocinio de la Turquía de Recep Tayyip Erdogan y los países del Golfo, Al-Sharaa también ha conseguido que Occidente levante la mayoría de las sanciones económicas a su país.

Pero el presidente sirio no ha sabido evitar que se abran nuevos frentes internos. En marzo, tres meses después de llegar al poder, las nuevas autoridades y una plétora de facciones islamistas respondieron a un intento de contrainsurgencia de fieles a Asad con una masacre en las regiones de la costa mediterránea siria, notablemente contra la minoría religiosa alauí, a la que pertenece la familia Asad. Murieron 1.500 personas.

Más tarde, en julio, llegó otra ola de asesinatos extrajudiciales en la región de Sueida, de mayoría drusa. Con los alauíes en la costa, los drusos en Sueida y los kurdos en el noreste, una cuestión acuciante ahora es si Al-Sharaa conseguirá recentralizar el poder o si cederá ante un modelo de país federal.

“No queremos que vuelva a pasar lo mismo”

Desde la décima planta del edificio Economistas, Ahmad Mansur apunta hacia Daraya, un suburbio humilde de Damasco en el que el ejército de Asad mató a casi 700 civiles en 2012 y mantuvo un asedio hasta 2016. Tanto Daraya como el Golán ocupado se ven desde esta décima planta del edificio Economistas —con ascensor, jardín y electricidad las 24 horas del día— en el que crecieron Mansur, de 29 años, y el propio Sharaa, mayor que él.

“Lo admiro mucho, y me gusta lo que ha conseguido”, dice, con el sol poniéndose en la capital siria. “Le estamos dando toda nuestra confianza porque lo queremos. Pero no queremos que vuelva a pasar lo mismo que la última vez”, concluye Mansur.