Ha pasado tan solo una semana y el Viejo Continente trata de digerir el acuerdo arancelario negociado entre la presidenta de la Comisión Europa, Ursula von der Leyen, y el líder de EEUU, Donald Trump. Un concierto que, aunque se ha presentado como un paso hacia la estabilidad y la cooperación estratégica entre ambas potencias, ha sido recibido tanto en la eurozona como en España con una mezcla de escepticismo, preocupación e indignación.
Lo que desde Bruselas se celebra como una «estabilidad renovada», muchos lo interpretan como una «cesión sin contrapartidas» y como «un grave error». No solo por el contenido, sino por lo que representa: la rendición ante una presión unilateral ejercida desde Washington y personificada en las políticas amenazantes de Donald Trump.
En el nuevo escenario