'Françoise Sagan. A toda velocidad' es la biografía coral de una de las autoras más emblemáticas de la literatura francesa, cuya publicación coincide con el paso por el festival Atlàntida y el estreno en Filmin de una nueva adaptación

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En el verano de 1953, con apenas 18 años, Françoise Quoirez se encerró en el piso de sus padres en París en lugar de ir a la playa. En apenas seis semanas escribió en un cuadernito azul su novela Buenos días, tristeza y poco después se la vendió al avispado René Julliard, que supo ver su potencial. Bajo su apariencia de joven burguesa recatada, se escondía una adicta a las emociones fuertes que gastó su primer cheque en un coche deportivo.

El libro aún no se había publicado y el mito de Sagan ya estaba en marcha con el pie en el acelerador: tenía talento y le gustaban los excesos, combo ganador. Semejante material ha dado pie a muchas biografías, como la que Marie-Dominique Lelièvre publicó en Francia en 2008. La editorial Superflua acaba de traerla a España traducida por David Cañadas con el título Françoise Sagan. A toda velocidad.

El libro de Lelièvre es como un caleidoscopio. Más que la cronología vital, el tiempo lo marcan los encuentros de la escritora con los conocidos de Sagan. La biógrafa explica en el prólogo que no se reunió con cientos de personas para documentarse, como es habitual, sino que redujo el círculo a unas 50 cercanas (que no son pocas). El resto de información la extrajo de entrevistas concedidas a la prensa y, sobre todo, de su obra. “El único problema que me plantean mis investigaciones reside en el enigma que cada existencia plantea. Intentar comprender a un ser tan alejado de mí y de mi experiencia requiere tiempo y flexibilidad, busco a la persona que se esconde tras la estrella, al ser humano tras la máscara, no para desvelar secretos ni revelar intimidad. Busco el encuentro”, explica Lelièvre a elDiario.es.

Por supuesto, para llegar a los porqués hay que reconstruir el contexto. En este caso, la trama arranca en la Francia de los años 50, que quiere olvidar el pasado reciente de la Segunda Guerra Mundial. Los jóvenes de las esferas adineradas se entregan a la fiesta con Sagan, cuya mente iba más rápido incluso que sus palabras, como capitana. El dinero le quema en las manos y se lo gasta a espuertas –será así durante todo el tiempo que la vida se lo permita– con sus amigos, lo que hará que parte de la sociedad les juzgue por hedonistas: la Gauche Divine. “Escribo sobre celebridades y sobre la sociedad francesa que las crea (...) En cada uno de mis libros, ha surgido finalmente la sensación, quizás errónea, de que entiendo un poco a esa persona. Los personajes que elijo están muertos; mis libros no pueden hacerles daño”, explica Lelièvre.

La farándula francesa

Las páginas del libro están plagadas de nombres y si no se es un experto en la farándula cultural o, sin más, acaudalada francesa de mediados del siglo XX, es fácil perderse entre ricos y famosos galos. Pero hay dos personas constantes en la historia porque fueron dos pilares de la escritora: Florence Malraux y Bernard Frank. Los tres habían vivido la guerra de niños y su visión de la realidad quedó marcada por aquellas experiencias. Según escribe Lelièvre, Bernard Frank le comentó en una de sus entrevistas: “Lo entendí todo cuando tenía doce años. Desde entonces no he aprendido nada más”. Lo mismo pensaban sus dos amigas.

Otras personas esenciales para Sagan fueron su hermano Jacques Quoirez, también escritor, juerguista y amante de la velocidad; Denis, el hijo que tuvo con Robert Westhoff y, por supuesto, Peggy Roche, su gran amor, “su roca, su ángel de la guarda, quien la protegía de sí misma”, se lee en la biografía. Modelo y experta creadora de chicas de portada para las revistas, murió en 1991 de cáncer de páncreas, lo que supuso un golpe terrible para Sagan, que perdió la capacidad de escribir durante dos años. Durante ese tiempo, sus editores publicaron antologías de las entrevistas que había concedido a los medios durante décadas: son una parte esencial de su obra por la sagacidad con la que respondía.

Dio muchas a lo largo de su existencia, en parte debido a toda la promoción que debía hacer relacionada con su ingente producción, ya que durante toda su trayectoria publicó más de 30 títulos entre novelas, obras de teatro, guiones cinematográficos, memorias y artículos en prensa. Pero también porque era una estrella que daba campanadas como una catedral y atraía al público. Antes de 1960 ya se habían publicado dos biografías sobre ella y la aventura no había hecho más que empezar.

Una literatura ligada a las adicciones

Marie-Dominique Lelièvre conocía bien el personaje y afirma que no encontró ningún detalle que le sorprendiera en su investigación, pero no desvela si se ha guardado algún secreto: “Mi motivación es la curiosidad, no la indiscreción”. Sagan se rodeó de gente muy relevante de su generación y, de hecho, la biógrafa ha firmado otros libros dedicados a algunos de ellos como Claude Perdriel –“un periodista e industrial extraordinario”, señala– o Brigitte Bardot. “Tenían la misma edad, provenían del mismo entorno burgués, habían sido idolatrados y se divertían en el Saint-Tropez de finales de los años cincuenta”. Pero no todos merecen un libro en exclusiva, aunque lo crean, declara Lelièvre. “En Francia, la autoficción ocupa un lugar importante en las librerías. Por desgracia, algunas vidas son muy aburridas”, manifiesta.

El debate de si se puede separar al autor de su obra tiene una clara respuesta ganadora en el caso de Sagan: no. Su producción –y la de muchos coetáneos– estaba estrechamente ligada a sus adicciones, que eran variadas. Su afán por la velocidad la llevó a engancharse a la morfina después de un aparatoso accidente con su Aston Martin en 1957, en el que casi muere y que le provocó muchos dolores durante varios meses. A partir de ahí, el cóctel de alcohol y drogas fue constante con breves espacios de descanso mitigados con metadona. Y tabaco, por supuesto: uno de los detalles que repite Lelièvre es que la ropa de Sagan estaba llena de quemaduras de cigarrillos Kool que fumaba de forma compulsiva.

El juego era otra de sus grandes y ruinosas pasiones. Se enganchó a los 21 años y llegó a tener vetada la entrada en los casinos de Francia, pero viajaba a Londres a apostar. Durante su juventud tuvo la suerte de su lado y esquivó la bancarrota de forma milagrosa, como la vez que en el Clermont Club acumuló una deuda de 80.000 libras de mediados del siglo pasado y la saldó en la misma noche gracias a una ronda de buenas manos. Se levantó de la mesa debiendo solo 50 libras. No fue la única vez que se vio en una situación parecida y se libró de perderlo todo, aunque a ella el dinero le daba lo mismo, lo que quería era emoción. Además, pensaba que siempre lo tendría.

Amantes de todo tipo: de estafadores a Ava Gardner

Esa despreocupación económica le sirvió para mitigar durante mucho tiempo su gran miedo: la soledad, uno de los temas principales de su trabajo. No porque comprase a sus amigos, nunca le hizo falta porque derrochaba carisma, sino porque le permitía organizar planes para disfrutar en común. Fue ella quien puso de moda veranear en Saint-Tropez con sus colegas (dejaron de ir cuando se llenó de turistas), salía todas las noches por los bares más chic de París, iba a fiestas de la alta sociedad y se llevaba a la pandilla a su casa de Normandía. Por su cama pasaron amantes de todo tipo, desde estafadores a Ava Gardner, porque además de ser una seductora nata, sobre todo quería compañía.

Toda la felicidad desapareció con los años, aquejada de episodios de depresión aguda, dolores de huesos y la pérdida de absolutamente todas sus posesiones. A principios del siglo XXI se vio involucrada en el escándalo de la petrolera Elf y el gobierno de François Mitterrand, con quien tenía una relación muy estrecha. Fue acusada de fraude fiscal –por lo que cuenta Lelièvre, le hicieron el lío para que hiciese de enlace con el político– y condenada a un año de prisión condicional y una multa de 838.469 euros que no tenía. Algunas personalidades de la cultura como Isabelle Adjani, Frédéric Beigbeder o Vincent Lindon firmaron una petición para que indultasen a la escritora, que finalmente no fue a la cárcel pero dejó una buena deuda en herencia. Murió el 24 de septiembre de 2004 de una embolia pulmonar. Llevaba años sin escribir.